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Boeken
Elena Pulcini

La envidia

El “mordisco” de la envidia, como lo llama Francesco Alberoni en Los envidiosos, ese espasmo doloroso que a nuestro pesar nos atenaza, a la vista de alguien que tiene lo que nosotros no tenemos y que deseamos, es producto del vértigo de la carencia, de la pérdida: la belleza de la amiga que colecciona conquistas, la casa lujosa del vecino, la mayor popularidad del propio alumno, la promoción profesional de un colega, la riqueza de un pariente, se convierten en ataques dirigidos a nuestro propio ser, de los cuales, aunque solo sea por un instante, percibimos el fallo, la derrota, la caída. Es decir, lo que pasa es que alguien interrumpe nuestro deseo de expansión, de autoafirmación, de sobresalir, un deseo infinito, ontológicamente ilimitado, que de pronto choca con un límite insalvable, arrojándonos al abismo de nuestra impotencia.
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Auteursrechteigenaar
Bookwire
Oorspronkelijke uitgave
2018
Jaar van uitgave
2018
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Impressies

  • gelivmedeelde een impressie4 jaar geleden
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Citaten

  • Marcela Alvear R.citeerde uit8 maanden geleden
    No envidiamos los bienes o el éxito de aquellos a los que consideramos superiores o claramente inferiores a nosotros, sino solo a aquellos a los que nos une una semejanza o una proximidad básica: «Efectivamente, en ese caso [sigue diciendo Aristóteles] es culpa nuestra si no nos hacemos con el bien deseado.
  • Marcela Alvear R.citeerde uit8 maanden geleden
    Sin embargo, por lo general en Homero prevalece en cambio esa pasión emulativa que los griegos llaman zelos y que Aristóteles opondrá, en su Retórica, al phthonos (la envidia); definiendo el primero como el deseo de obtener un bien que no se posee y el segundo como el deseo de quitarle al otro el bien que tiene.
  • Marcela Alvear R.citeerde uit8 maanden geleden
    Pasión indudablemente universal –como lo son, por lo demás, todos los movimientos fundamentales del alma– y por tanto enraizada en cualquier época de la historia y en cualquier estructura social, la envidia puede asumir múltiples tonalidades, las cuales, junto al rencor y al resentimiento, incluyen también una sana y auténtica emulación o una abierta y legítima competición; si bien es cierto que estas, conviene dejarlo claro desde el primer momento, implican en realidad una superación de la envidia que nos impone, como veremos, precisamente, cambiar el nombre.
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