Pasión indudablemente universal –como lo son, por lo demás, todos los movimientos fundamentales del alma– y por tanto enraizada en cualquier época de la historia y en cualquier estructura social, la envidia puede asumir múltiples tonalidades, las cuales, junto al rencor y al resentimiento, incluyen también una sana y auténtica emulación o una abierta y legítima competición; si bien es cierto que estas, conviene dejarlo claro desde el primer momento, implican en realidad una superación de la envidia que nos impone, como veremos, precisamente, cambiar el nombre.