Adiós a los cuentos de hadas

e abre y da paso al fruto:

“La muerte de un ser querido es como cuando se va la luz: al principio deambulas por toda la casa apretando los apagadores. Sabes que no hay luz, pero es como si te negaras a creerlo. La costumbre de pensar que ahí está la electricidad, como siempre, es más fuerte. Cada vez que aprietas el apagador tienes que recordar que se fue la luz. Solo con el tiempo, y a fuerza de repetírtelo, te acostumbras a su ausencia. Y dejas de insistir. Entonces enciendes una vela y te sientas en medio de las sombras”.

—Mariel, quería tener una oportunidad de hablar contigo a solas. Creo que casi nunca hemos hablado tú y yo, ¿verdad? —me quedo callada ante la pregunta de la esposa de papá—. Es un poco absurdo, siendo que vivíamos en la misma casa. Solo te hablaba para darte órdenes. Debí parecerte una bruja, ¿no? —ella me mira, yo sigo sin decir nada—. Lo lamento —dice ella y me sorprende. No dejo de preguntarme qué quiere con esta nueva actitud—. La verdad es que me habría gustado tener una relación diferente contigo y que me tuvieras confianza. Tal vez si me vieras como a una amiga me habrías contado de tu amistad con este tal Zayn —estoy sorprendida. No sé por qué ella sabe el nickname de Víctor.

“lo mejor para ti”. Mi madrastra pensó que “lo mejor para mí” era internarme. Quién sabe qué sea ahora lo mejor para mí. Respiro y me aguanto las lágrimas, aunque se me escapa una—

Yo te protegería, te cuidaría, no como tu papá, que te fue a abandonar ahí, sin importarle lo que sentías.

Cada vez me siento más como Gretel, aunque sin un Hansel que me proteja porque ya no confío en papá.

Me pone muy nerviosa mancharme y que todos los chicos se rían de mí, pero fuera de eso estoy contenta de menstruar.

Y lo peor es que yo ni siquiera tengo un hermano con quien abrazarme para sentir menos miedo.

“Yo no puedo con el crecimiento”, pensé. Es muy duro hacerse grande. Da miedo.

La muerte no es como en las películas. Las personas no te abrazan antes de dar su último aliento ni te hacen encargos ni te confiesan cuánto te han querido